El Padre Gandola

Cuando el niño pasa de sus primeros niveles de identificación con los padres, antes de los seis años de edad, entra en un período de aproximadamente cuatro o cinco años previos a la adolescencia donde incorpora en su personalidad los elementos que le ayudarán a fortalecer su identidad definitiva.

Es muy frecuente observar a la niña en estas edades copiar el modelo materno, ponerse sus zapatos, maquillarse o vestirse con alguna prenda de la madre. El varón sigue de cerca los pasos del padre y puede copiar ciertos gustos de él, formas de caminar o de peinarse, ponerse a manera de juego, corbatas o zapatos, etc.

Las figuras paternas positivas, en esta época son imágenes de admiración e imitación, y es de esta forma como se va construyendo el patrón de referencia interno acerca de lo que vamos a ser en definitiva en términos de identificación personal.

Los varones, al aproximarse los cambios de la adolescencia, tienden a buscar un nivel mayor de acercamiento a la figura paterna. Ese acercamiento no está basado estrictamente en la proximidad física sino en una observación del comportamiento general del padre. Se observan sus actitudes hacia el trabajo, hacia la familia, los amigos, se examina su escala de intereses y valores, y así sucesivamente.

Existen padres muy dedicados y cuidadosos de su imagen, tal vez con una excelente relación con sus hijos y un deseo enorme de allanarles el camino y evitarles sufrimientos, pero que deben tener algo de cuidado con su comportamiento para no causar problemas. Estos padres son benevolentes, afectuosos y cercanos, lo cual los define como padres deseables y positivos.

Lamentablemente, en muchas ocasiones, estos cuidados se extreman demasiado y entonces, estas figuras, sin darse cuenta, terminan funcionando como esos grandes camiones que circulan en las carreteras y que mantienen el tránsito que les viene detrás a una mínima velocidad. La carretera no es muy ancha y hay tráfico en la vía contraria, así que a los carros de atrás no les queda más remedio que seguir el ritmo con paciencia y resignación.

El padre gandola ha hipertrofiado su función y transmite al hijo una sensación de inmensa grandeza, de perfección casi divina, la cual es imposible de igualar para el muchacho.

El niño no advierte sus propios recursos para enfrentar la competencia, las dificultades de la vida, las frustraciones que normalmente pueden ocurrir en la vida cotidiana y se refugia en la protección de su infancia. Se hace inseguro y poco arriesgado. Puede llegar a aislarse y rehuir lo que contenga un reto.
El buen padre gandola, con toda su buena intención y sus deseos de ayudar, a veces se convierte él mismo en el obstáculo que impide el progreso y por esto es muy frecuente oírlo preguntarse amargamente acerca de cuál es su defecto, ¿Qué estoy haciendo mal?.
El padre más eficiente es el que no invade el terreno de su hijo, sino que se mantiene a una prudente distancia de él, esperando ser invitado. Es el que asume sus limitaciones y le muestra al hijo que no es perfecto. Renuncia a la competencia feroz con el joven y hace del medir fuerzas un ejercicio divertido al cual puede estar dispuesto a renunciar. Cede el espacio para que su hijo se desarrolle en el campo que el elija y lo respeta por eso. Una posición semejante contribuye a reducir el espacio del padre, a medida que el hijo crece, y deja una vía libre para que el auto más pequeño desarrolle su propia velocidad y se dé cuenta de sus recursos para manejar en la vía que haya elegido.

El padre debe tener la suficiente humildad para saber que su función es temporal y que la vida poco a poco le pertenece a la nueva generación.