Serena Williams lo entendió bien: El ejercicio es saludable durante el embarazo.

Serena Williams ganó el Abierto de Australia en su primer trimestre de embarazo. Una mujer sherpa en su tercer trimestre subió a Everest Base Camp. Paula Radcliffe, quien tiene el récord mundial en el maratón de mujeres, corrió dos veces al día durante los primeros cinco meses de su embarazo. La atleta olímpica de pista Alysia Montano compitió en una carrera de alto nivel de 800 metros con 34 semanas de embarazo.

El embarazo puede sentirse como una larga lista de cosas que no se deben hacer. Pero estas mujeres están demostrando que el ejercicio no necesita estar en esa lista, y la ciencia las respalda.

Ahora hay mucha evidencia de que el ejercicio regular durante un embarazo normal es bueno para los padres y el bebé. Según una nueva guía conjunta de la Sociedad de Obstetras y Ginecólogos de Canadá y la Sociedad Canadiense para la Fisiología del Ejercicio, la actividad física puede reducir el riesgo de aumento de peso, diabetes gestacional y depresión posparto en la madre sin dañar al bebé o causarle al niño problemas de salud posteriores.

La guía canadiense aconsejan que las personas con un embarazo normal deben obtener al menos 150 minutos de actividad física moderada por semana. El Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos recomienda de manera similar al menos 20 a 30 minutos la mayoría de los días de la semana.

No es sorprendente que el embarazo pueda llevar a algunas personas a rehuir el ejercicio. Cuando una mujer queda embarazada, los médicos, familiares, amigos y la sociedad le dicen que no haga toda una serie de cosas. Se supone que las mujeres embarazadas deben evitar el alcohol, los jacuzzis, las carnes frías, ciertos tipos de pescado cocido y todo crudo, las cantidades excesivas de cafeína, los quesos blandos, el humo de segunda mano, el ibuprofeno y un montón de otras drogas útiles, y el cambio de arena para gatos, entre otras cosas.

No hay evidencia de que el ejercicio cause abortos involuntarios. Pero el embarazo puede traer un vago temor de que algo salga mal. Y ese temor puede llevar a las personas a percibir que no hacer nada es menos riesgoso que hacer algo. Los autores de la guía canadiense consideran esto en parte como un problema de comunicación.

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